martes, 17 de marzo de 2009

El circo del aborto


Ya está aquí. Ya llegó.
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Es la anunciada campaña contra la reforma de la Ley del Aborto. Y hay que reconocer que, esta vez, la Iglesia se ha superado a sí misma. Se ha salido de lo habitual, ya ha contraatacado con un mejor marketing de lo que nos tiene acostumbrados. Irónicamente, sus fuentes de inspiración son muy evidentes: por un lado, la famosa campaña de los autobuses ateos (¡qué paradoja!), y por otro, el negacionismo paracientífico del Cambio Climático.
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En primer lugar, han encargado un cartel, viendo lo bien que funcionan las campañas polémicas a la hora de extender un mensaje, inspirados en la “polémica de los autobuses” (ateos y católicos). Lejos de la costumbre de la Iglesia europea, muy reacia al marketing como ejemplo de que su mensaje es “el verdadero”, la Conferencia Episcopal ha encargado un cartel donde se equipara el aborto a la extinción del lince ibérico y, de paso, se llama directamente “asesino de niños” a todo el que sea favorable al aborto. La campaña es original. El argumento, tan rastrero, erróneo y abiertamente tendencioso, que no merece siquiera comentario. Ya sabemos que los bebés son ideales para vender perfumes caros, cuánto más a la hora de defender el Supremo Derecho a Meterse en la Vida de las Mujeres y Obligarlas a Criar Hijos Indeseados.
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Lo mejor de la campaña es la llamada Declaración de Madrid, manifiesto contra la reforma de la ley del aborto que promueve el Gobierno, firmado por “un millar de científicos e intelectuales españoles”. Han conseguido que se haga portavoz de la misma Nicolás Jouve de la Barreda, catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá de Henares y, curiosamente, antaño defensor habitual de la manipulación genética “a la carta” para curar enfermedades e, incluso, erradicarlas de los embriones. En los últimos años ha matizado mucho su postura, y se ha volcado en el mundo de la bioética, quizás (sólo quizás) porque hay muchas más posibilidades de impartir conferencias al respecto de este tema, que del demodé Genoma Humano.

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A su lado, probablemente para mantenerle en el buen sendero, la portavoz de todo el movimiento, Mónica López Barona, del Departamento de Bioética de la Universidad Francisco de Vitoria quien, junto a Elena Postigo, profesora de Bioética de San Pablo-CEU, centros ambos de conocida "imparcialidad" (risas enlatadas). Forman parte de la clac habitual que ayuda a la Iglesia a posicionarse contra todo avance científico. No conviene olvidar que hablamos de expertos que se muestran en contra de la terapia génica, e, incluso, contra la reproducción asistida. Resumiendo, que se les ve venir. Y eso a pesar de que la profesora López Barona ha defendido en algún lugar la congelación de embriones y su uso para investigación. Debe ser que, cuando le da trabajo y dinero a ella, sí es ético.
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El gran argumento de la Declaración de Madrid, aunque no es nuevo, es que la vida se origina en el momento de la fecundación. No es nuevo, como digo, pero sí es tremendamente pernicioso. Implica una superioridad del ser humano frente a cualquier otra forma de vida, pues para considerar “ser vivo” a un organismo se exige algo más que la mezcla de material cromosómico y el inicio del desarrollo celular que es, realmente, lo único que tiene lugar en la fecundación. Con esa definición de “vida”, habrá que concluir que el cáncer es un ser vivo (por no hablar de otros virus más desarrollados). Realmente, lo que se trata en este caso es de dotar de supuesta base científica a lo que es, solamente, una cuestión de ética. Inspirándose en el (crecientemente famoso) negacionismo ante el Cambio Climático, para imponernos a todos una ética y moral que es sólo de algunos, utilizan la ciencia de forma perniciosa y aprovechada.

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No importan los desastres legales que puedan generar, no importa el respaldo y la realidad jurídica del país. Mil científicos españoles dicen que “hay vida” en un embrión y, por ello, no debe abortarse. Cientos de miles de científicos dicen lo contrario, pero no lo hacen con el dinero y los medios de la Iglesia. El debate sobre lo que está vivo y lo que no lo está es profundo, es complejo, pero ante todas las respuestas, un embrión recién fecundado no es un ser vivo. La definición más aceptada actualmente de un ser vivo es la siguiente: "Los sistemas vivos son regiones localizadas donde se produce un continuo incremento de orden sin intervención externa". En un feto, todavía no se ha podido determinar en qué momento la "intervención externa" (el cuerpo de la madre) deja de ser necesario. Sobre todo, porque ningún Doctor Mengele de pacotilla se ha atrevido a masacrar fetos para saberlo.
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Todo se resume al dilema del huevo y la gallina. Pero, por más que lo deseemos, un huevo no es un pollo. Es un huevo.


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Para los despistados, esto viene de lejos, y por supuesto, no es ciencia: "La vida humana debe ser respetada y protegida de manera absoluta desde el momento de la concepción. Desde el primer momento de su existencia, el ser humano debe ver reconocidos sus derechos de persona, entre los cuales está el derecho inviolable de todo ser inocente a la vida". Juan Pablo II

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