lunes, 23 de febrero de 2009

Dimisiones


Un torpe y bocazas ministro de Justicia acaba de dimitirse. Cabe preguntarse por qué motivo lo ha hecho, pues no hay en su trayectoria razones de importancia semejante como para provocar una dimisión. Quizás haya sido por la huelga que los jueces le han montado, como casta sacerdotal que no quiere perder sus privilegios, aunque esa huelga sea uno de los momentos más lamentables de la historia de la Justicia en occidente y sea más un mérito de Bermejo que un defecto el haberla provocado. Por otro lado, pretender su renuncia por cierta cacería y error administrativo es simplemente lamentable. Muy mal debe estar el PP si se ha agarrado a esto para forzar la caída de un ministro, sólo como cortina de humo que desvíe la atención de su estado de putrefacción avanzada como partido. Pero mal también debe estar un Gobierno que no es capaz de sacar al ministro del berenjenal en el que, estúpidamente, se ha metido, y que ha permitido que la dimisión estalle a una semana de las Elecciones.

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El PP lleva ya dos semanas encima de Bermejo y de Garzón. Todo un ejemplo de respeto a las instituciones y a la justicia. La presión mediática obedece únicamente al deseo de desviar la atención con respecto a los graves problemas, de imagen y de honestidad, que está teniendo el principal partido de la oposición. Presionando a un juez que, como todo el mundo, tiene sus propias ideas políticas, pero que no conviene olvidar que es el magistrado que más delincuentes peligrosos ha metido entre rejas en la historia de la Democracia española. Curiosamente, un grupo de ex-ministros del Gobierno Aznar, aquel gabinete donde no se dimitía ni por corrupción ni por ineptitud, ha pedido la dimisión de Bermejo, protestando porque, según dicen, en el Gobierno del PSOE no dimite nadie.

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Aceptar la renuncia de Bermejo implica elevar el "error" a categoría de "delito". El Gobierno parece darle la razón al PP, y hacerle un favor. ¿Quién sabe por qué? Sea cual sea la causa, se ha hecho mal, desde el punto de vista político. Si Bermejo debía irse a la calle, los tiempos de la política obligaban a hacerlo, o bien de forma fulminante (como ejemplo de limpieza expeditiva) o bien esperar un tiempo para destituírle (como ejemplo de lavado de trapos tras una reflexión). Se ha hecho de repente, en plena campaña, y por ello servirá al PP para escapar de la presión a la que está siendo sometido por la Justicia. Ahora que la ciudadanía era consciente de que los Gobiernos de Aguirre y Camps son un nido de corruptos, algo que siempre se ha sabido, pero que nunca se había publicado, la destitución del titular de Justicia eleva una inadecuada sombra de duda alrededor de todo el proceso.

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Cuando un ladrón roba, y es detenido, es justicia. Cuando un político roba, y es detenido, es persecución política. La pregunta es la siguiente: cuando, dentro de un tiempo, en La Moncloa haya alguien del PP, y se descubra la corrupción del Gobierno de Chaves (otro caso sobradamente conocido en el que aún no se ha entrado), ¿ese futuro Presidente popular será tan torpe de facilitar una dimisión para que la justicia y la ciudadanía no puedan ver en toda su dimensión el robo perpetrado? Si un político es un corrupto, el peso de la Ley debe caer sobre él, y su partido debe pagar las cuentas electorales por permitir la presencia de corruptos en su seno. Así funciona la Democracia, y así debe seguir funcionando. Es el arma que tenemos los ciudadanos para intentar que nuestros gobernantes sean honestos: deben serlo porque les conviene políticamente. Pero con todo esto, la dimisión de Bermejo va a ser la noticia, cuando la noticia debería haber sido la dimisión de Camps y Aguirre, dos de los mayores delincuentes que hay hoy en día en la política europea. Y quienes perdemos somos los ciudadanos.

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"Lo único bueno de equivocarse es la alegría que produce a los demás". Anónimo

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